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Cuando Vasudeva se puso de nuevo los grilletes de hierro, todas las puertas de la prisión se cerraron por influencia de Yoga-māyā, que empezó a llorar como una recién nacida. El llanto despertó a los carceleros, que informaron inmediatamente a Kaṁsa que Devakī acababa de tener un hijo. Al conocer la noticia, Kaṁsa irrumpió violentamente en la sala en que había tenido lugar el parto, y, sin escuchar a Devakī, que suplicaba por la vida de su hija, se la arrebató de las manos y trató de estrellarla contra una roca. Sin embargo, para desgracia del demoníaco Kaṁsa, la recién nacida se le escapó de las manos, se elevó por encima de su cabeza, y apareció con la forma de ocho brazos de Durgā. Durgā dijo a Kaṁsa: «El enemigo al que temes ya ha nacido en otro lugar. Por lo tanto, tu plan de exterminar a todos los niños será inútil».
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