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Según la profecía, sería el octavo hijo de Devakī el que matase a Kaṁsa. Por eso, al ver que el octavo hijo era una niña, y al escuchar que su supuesto enemigo ya había nacido en otro lugar, Kaṁsa no podía salir de su asombro. Entonces decidió liberar a Devakī y a Vasudeva, y reconoció ante ellos sus maldades y atrocidades. Postrándose a los pies de Devakī y Vasudeva, les pidió perdón y trató de convencerles de que no debían sentirse desdichados porque él les hubiera matado tantos hijos, ya que todo lo ocurrido lo había dispuesto el destino. Devakī y Vasudeva, que por naturaleza eran muy piadosos, perdonaron inmediatamente a Kaṁsa por sus atrocidades, y Kaṁsa, después de ver felices a su hermana y a su cuñado, regresó a su palacio.
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