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En este capítulo se cuenta cómo Bharata Mahārāja, ahora conocido como Jaḍa Bharata, fue favorablemente acogido por el rey Rahūgaṇa, que gobernaba los estados de Sindhu y Sauvīra. El rey obligó a Jaḍa Bharata a cargar su palanquín, y lo reprendió por no llevarlo correctamente. Sucedió que se necesitaba un porteador para el palanquín del rey Rahūgaṇa, y los jefes de los porteadores vieron en Jaḍa Bharata la persona más idónea para el trabajo. Así que lo obligaron a cargar el palanquín. Jaḍa Bharata no protestó ante aquella arrogancia, sino que aceptó humildemente el trabajo y cargó el palanquín. Sin embargo, lo llevaba teniendo mucho cuidado de no pisar a las hormigas, y cada vez que veía una, se detenía para dejarla pasar. Debido a ello, no podía llevar el mismo paso que los otros porteadores. El rey, que iba en el palanquín, se enfadó mucho y riñó a Jaḍa Bharata con palabras soeces. Jaḍa Bharata, que estaba completamente libre del concepto corporal, no protestó y siguió cargando el palanquín. Pero, como seguía haciendo lo mismo, el rey lo amenazó con castigarlo; ante la amenaza del rey, Jaḍa Bharata habló, protestando del grosero lenguaje con que el rey lo había reñido; este, al escuchar las instrucciones de Jaḍa Bharata, cobró conciencia del verdadero conocimiento; entonces comprendió que había ofendido a una persona santa, a un gran erudito, y oró a Jaḍa Bharata con gran humildad y respeto. Ahora deseaba entender el profundo significado de las filosóficas palabras de Jaḍa Bharata, y, muy sinceramente, le pidió perdón. Admitió que quien ofende los pies de loto de un devoto puro será sin duda alguna castigado por el tridente del Señor Śiva.

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