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Al tiempo que decían esto, los viṣṇudūtas liberaron a Ajāmila de las cuerdas de los yamadūtas y partieron hacia su morada. El brāhmaṇa Ajāmila les ofreció respetuosas reverencias. Vio lo afortunado que había sido al cantar el santo nombre de Nārāyaṇa al final de la vida. Se dió perfecta cuenta de la magnitud de su buena fortuna. Ajāmila asimiló perfectamente las palabras de los yamadūtas y los viṣṇudūtas, y a partir de entonces fue un devoto puro de la Suprema Personalidad de Dios. Se lamentó mucho de haber sido tan gran pecador, y se culpaba una y otra vez.

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