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Tras completar los ritos funerarios en honor de su hermano, Hiraṇyakaśipu se dirigió a sus sobrinos y, citando los śāstras, les habló de la verdad de la vida. Con intención de calmarles, les habló de la siguiente manera: «Mis queridos sobrinos, los héroes que mueren frente a sus enemigos son gloriosos. En el mundo material, las entidades vivientes, llevadas por las leyes de la naturaleza, se unen y de nuevo se separan, conforme a sus actividades fruitivas. Sin embargo, siempre debemos recordar que el alma espiritual, que es distinta del cuerpo, es eterna, inmutable, pura, omnipresente y consciente de todo. Atada por la energía material, el alma nace en especies superiores o inferiores, conforme al contacto que establece con la materia; de ese modo recibe distintos tipos de cuerpos en los que disfruta o sufre. La influencia de las condiciones de la existencia material es la única causa de la felicidad y la aflicción; por lo tanto, no debemos acongojarnos por ver las acciones superficiales del karma».

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