Text 37
śrī-yama uvāca
aho amīṣāṁ vayasādhikānāṁ
vipaśyatāṁ loka-vidhiṁ vimohaḥ
yatrāgatas tatra gataṁ manuṣyaṁ
svayaṁ sadharmā api śocanty apārtham
śrī-yamaḥ uvāca—Śrī Yamarāja dijo; aho—¡ay!; amīṣām—de estas; vayasā—por edad; adhikānām—de las que son avanzadas; vipaśyatām—ver cada día; loka-vidhim—la ley de la naturaleza (que todo el mundo muere); vimohaḥ—la confusión;yatra—de donde; āgataḥ—vino; tatra—allí; gatam—regresó; manuṣyam—el hombre; svayam—ellas mismas; sa-dharmāḥ—de idéntica naturaleza (expuestas a la muerte); api—aunque; śocanti—se lamentan; apārtham—inútilmente.
Śrī Yamarāja dijo: ¡Ay, qué asombroso! Estas personas, que son mayores que yo, tienen plena experiencia del nacimiento y la muerte de cientos de miles de entidades vivientes. Por lo tanto, deberían haber entendido que también ellas tienen que morir; pero, aun así, siguen confundidas. El alma condicionada viene de un lugar desconocido, y después de morir regresa a ese mismo lugar desconocido. Esta regla, que lleva a la práctica la naturaleza material, no conoce excepciones. Sabiéndolo, ¿por qué se lamentan inútilmente?
SIGNIFICADO: En el Bhagavad-gītā (2.28), el Señor dice:
avyaktādīni bhūtāni
vyakta-madhyāni bhārata
avyakta-nidhanāny eva
tatra kā paridevanā
«Todos los seres creados están sin manifestar en el comienzo, manifiestos en el estado intermedio, y de nuevo sin manifestar tras ser aniquilados. ¿Qué necesidad hay entonces de lamentarse?».
Hay dos clases de filósofos, unos que creen en la existencia del alma, y otros que no creen en ella. Ni en en un caso ni en otro hay motivo de lamentación. Para los seguidores de la sabiduría védica, los que no creen en la existencia del alma son ateos. Pero, aun así, si por el solo hecho de argumentar, aceptamos la teoría atea, sigue sin haber motivo de lamentación. Dejando a un lado la existencia separada del alma, antes de la creación los elementos materiales permanecen en estado no manifiesto. De ese estado sutil de no manifestación surge la manifestación, así como del éter se genera el aire, del aire el fuego, del fuego el agua, y del agua la tierra. La tierra es fuente de una gran diversidad de manifestaciones. Un gran rascacielos, por ejemplo, se manifiesta a partir de la tierra; cuando se derrumba, la manifestación pasa de nuevo al estado no manifestado, y en su última etapa, permanece en forma de átomos. La ley de la conservación de la energía sigue siendo cierta, pero en el transcurso del tiempo, las cosas se manifiestan y dejan de manifestarse; esa es la diferencia. ¿Qué motivo hay entonces para lamentarse, ya sea en la etapa de manifestación o en la de no manifestación? Sea como sea, las cosas no se pierden, ni siquiera en la etapa no manifestada. Todos los elementos permanecen no manifestados, tanto al principio como al final; a nivel material, ello no supone ninguna diferencia verdadera.
Si aceptamos la conclusión védica tal como se expone en el Bhagavad-gītā (antavanta ime dehāḥ), es decir, que los cuerpos materiales van a perecer a su debido tiempo (nityasyoktāḥ śarīriṇaḥ), pero que el alma es eterna, entonces debemos recordar siempre que el cuerpo es como un traje; y, ¿por qué lamentar un cambio de traje? El cuerpo material, en relación con el alma eterna, no tiene existencia real. Es como un sueño. En sueños podemos pensar que volamos por el cielo o que somos un rey sentado en su carroza, pero al despertar vemos que no estamos ni en el cielo, ni en la carroza real. La sabiduría védica fomenta el cultivo de la autorrealización basándose en la no existencia del cuerpo material. Por lo tanto, no importa si creemos o no creemos en la existencia del alma; en ningún caso hay razón para lamentarse por la pérdida del cuerpo.
En el Mahābhārata se dice: adarśanād ihāyātaḥ punaś cādarśanaṁ gataḥ. Esta afirmación podría respaldar la teoría de los científicos ateos de que el niño en el vientre de la madre no está vivo, sino que es un simple montón de materia. Según esa teoría atea, si se extrae ese montón de materia mediante un aborto o intervención quirúrgica, no se está atentando contra la vida; el cuerpo del niño sería como un tumor, y no hay pecado alguno en extirpar un tumor y deshacerse de él. Ese mismo argumento podría aplicarse en relación con el rey y sus esposas. El cuerpo del rey se manifestó a partir de una fuente no manifiesta, y de nuevo pasó del estado manifestado a la etapa no manifiesta. Si la manifestación solo existe en la etapa intermedia, entre los dos puntos no manifestados, ¿por qué llorar por el cuerpo manifestado en esa etapa?