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Text 44

suyajño nanv ayaṁ śete
mūḍhā yam anuśocatha
yaḥ śrotā yo ’nuvakteha
sa na dṛśyeta karhicit


suyajñaḥ—el rey llamado Suyajña; nanu—en verdad; ayam—este; śete—yace; mūḍhāḥ—¡oh, necias!; yam—a quien;anuśocatha—ustedes lloran; yaḥ—aquel que; śrotā—el que escuchaba; yaḥ—aquel que; anuvaktā—el que hablaba; iha—en este mundo; saḥ—él; na—no; dṛśyeta—es visible; karhicit—en ningún momento.


Yamarāja continuó: ¡Oh, se están lamentando como necias! La persona llamada Suyajña, por quien lloran, yace todavía ante ustedes y no se ha ido a ninguna parte. ¿Cuál es entonces la causa de sus lamentos? Antes, él las escuchaba y respondía, pero ahora, como no saben donde está, se lamentan. Su conducta es contradictoria, pues a la persona que estaba dentro del cuerpo, y que las escuchaba y respondía, nunca la han visto en realidad. No hay por qué lamentarse, pues el cuerpo que siempre veían yace todavía ante ustedes.


SIGNIFICADO: Esta instrucción de Yamarāja en forma de niño puede entenderla incluso un hombre común. Sin duda, al hombre común que se identifica con el cuerpo se le puede comparar a un animal (yasyātma-buddhiḥ kuṇape tridhātuke... sa eva go-kharaḥ). Pero incluso esa clase de hombre puede entender que, al morir, la persona ha partido. Aunque el cuerpo sigue presente, los familiares del difunto se lamentan porque la persona se ha ido, pues el hombre común puede ver el cuerpo, pero no el alma. Como se explica en el Bhagavad-gītādehino 'smin yathā dehe: El alma, la propietaria del cuerpo, está en su interior. En el momento de la muerte, cuando el aliento deja de circular por las fosas nasales, podemos entender que la persona que estaba dentro del cuerpo, la que escuchaba y respondía, se ha ido. Por ello, el hombre común llega, en efecto, a la conclusión de que el alma espiritual era en realidad distinta del cuerpo, y que ahora se ha ido. De ese modo, incluso un hombre común vuelve a sus cabales y puede saber que, en realidad, a la verdadera persona, la que estaba dentro del cuerpo, que era quien escuchaba y respondía, jamás llegó a verla. ¿Qué necesidad hay de lamentarse por algo que nunca hemos visto?

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