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Hiraṇyakaśipu quería ser inmortal. Deseaba no ser vencido por nadie, no verse afectado por la vejez y las enfermedades, y que ningún enemigo le causase trastornos. Es decir, deseaba ser el gobernante absoluto de todo el universo. Con ese deseo, se dirigió al valle de la montaña Mandara y comenzó su rigurosa práctica de austeridades y meditación. Al ver que Hiraṇyakaśipu se había ido a ejecutar austeridades, los semidioses regresaron a sus respectivos hogares; sin embargo, mientras Hiraṇyakaśipu realizaba esas prácticas, de su cabeza comenzó a salir un fuego que afectaba al universo entero con todos sus habitantes, incluyendo a las aves, mamíferos y semidioses. Cuando la temperatura de todos los planetas, superiores e inferiores, fue demasiado elevada como para vivir en ellos, los perturbados semidioses salieron de sus moradas en los planetas superiores y fueron a ver al Señor Brahmā para rogarle que acabase con aquel calor innecesario. Los semidioses revelaron al Señor Brahmā la ambición de Hiraṇyakaśipu de alcanzar la inmortalidad y, de ese modo, superar la breve duración de su vida y convertirse en amo de todos los sistemas planetarios, Dhruvaloka incluido.

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