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Con sus rigurosas austeridades, Hiraṇyakaśipu satisfizo al Señor Brahmā y obtuvo las bendiciones que deseaba. Al recibir esas bendiciones, su cuerpo, consumido casi por completo, cobró nueva vida, pleno de belleza y con un lustre como el del oro. Sin embargo, seguía albergando sentimientos hostiles contra el Señor Viṣṇu; no podía olvidar que el Señor Viṣṇu había matado a su hermano. Hiraṇyakaśipu extendió sus conquistas en las diez direcciones y en los tres mundos, y sometió a su dominio a todas las entidades vivientes, desde los semidioses a los asuras. Era el señor en todas partes, y dominó incluso la morada de Indra, a quien echó de su trono; así comenzó a disfrutar de la vida rodeado de grandes lujos, enloquecido por su poder. Con excepción del Señor Viṣṇu, el Señor Brahmā y el Señor Śiva, todos los semidioses estaban sometidos a su dominio y le servían; pero, a pesar de todo su poder material, no estaba satisfecho; su vanidad, el orgullo de violar constantemente las regulaciones de los Vedas, se lo impedía. Todos los brāhmaṇas estaban disgustados con él, y le maldijeron con gran determinación. Finalmente, todas las entidades vivientes del universo, representadas por los sabios y semidioses, oraron al Señor Supremo pidiéndole que les liberase de la tiranía de Hiraṇyakaśipu.

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