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Tras escuchar el instructivo consejo de Śukrācārya, Bali Mahārāja se detuvo a reflexionar. Como el casado tiene el deber de mantener los principios de la religión, el crecimiento económico y la complacencia de los sentidos, Bali Mahārāja no consideró apropiado retractarse de la promesa hecha al brahmacārī. Nunca es correcto faltar a una promesa hecha a un brahmacārī, o mentirle, pues mentir es la actividad más pecaminosa. Todo el mundo debe temer las reacciones pecaminosas de la mentira, pues madre Tierra no puede soportar el peso de un pecador mentiroso. La expansión de un reino o de un imperio es temporal, y, si la gente no sale beneficiada, esa expansión no sirve de nada. En el pasado, todos los grandes reyes y emperadores expandían sus reinos teniendo en cuenta el bien de la gente. En verdad, hubo personalidades eminentes que, mientras se ocupaban en esas actividades para beneficio público, llegaron incluso a sacrificar sus propias vidas. Se explica que quien realiza actividades gloriosas siempre está vivo y nunca muere. Por lo tanto, esa fama debe ser el objetivo de la vida; en verdad, quien lo pierda todo por preservar su buena fama no perderá nada. Bali Mahārāja pensó que, si aquel brahmacārī, Vāmanadeva, fuese realmente el Señor Viṣṇu y quisiera llevárselo prisionero después de aceptar su caridad, él seguiría sin sentir envidia del Señor. Después de sopesar los pros y los contras, Bali Mahārāja acabó por dar en caridad todo lo que poseía.
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