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Capítulo 1

El advenimiento del Señor Kṛṣṇa


Una vez, el mundo se vio agobiado por la innecesaria fuerza defensiva de varios reyes, que se hacían pasar por miembros de la orden real, pero que en realidad eran demonios. En ese entonces, el mundo entero estaba perturbado, y la deidad predominante de la Tierra, conocida como Bhūmi, fue a ver al Señor Brahmā para contarle acerca de las calamidades que le causaban esos reyes demoníacos. Bhūmi asumió la forma de una vaca y se presentó ante el Señor Brahmā con lágrimas en sus ojos. Ella estaba desolada, y lloraba simplemente para invocar la compasión del Señor. Bhūmi le describió al Señor Brahmā la desastrosa situación en la que se hallaba la Tierra, y Brahmā, después de oír esto, se afligió mucho y se dirigió de inmediato hacia el océano de leche, donde reside el Señor Viṣṇu. El Señor Brahmā iba acompañado por todos los semidioses, encabezados por el Señor Śiva, y Bhūmi también los acompañó. Al llegar a la orilla del océano de leche, el Señor Brahmā comenzó a apaciguar al Señor Viṣṇu, quien antiguamente había salvado a la Tierra asumiendo la forma trascendental de un jabalí.


En los mantras védicos hay un tipo particular de oración, llamada Puruṣa-sūkta. Generalmente, los semidioses le ofrecen sus reverencias a Viṣṇu, la Suprema Personalidad de Dios, cantando el Puruṣa-sūkta. De esto interfiere que la deidad predominante de cada planeta puede ver al señor supremo de este universo, Brahmā, siempre que haya algún disturbio en su respectivo planeta. Y Brahmā puede dirigirse al Señor Supremo, Viṣṇu, mas no yendo a verlo directamente, sino desde la orilla del océano de leche. En este universo hay un planeta llamado Śvetadvīpa, y en él existe un océano de leche. A partir del estudio de diversas Escrituras védicas se concluye que, así como en este planeta hay un océano de agua salada, en otros planetas hay varias clases de océanos. En cierto lugar hay un océano de leche, en otro lugar hay un océano de aceite, en otro un océano de licor, y hay muchas otras clases de océanos. El Puruṣa-sūkta es la oración que los semidioses recitan normalmente para apaciguar a Kṣīrodakaśāyī Viṣṇu, la Suprema Personalidad de Dios, quien recibe ese nombre porque yace en el océano de leche. Él es la Suprema Personalidad de Dios, y a través de Él aparecen todas las encarnaciones de este universo.

Después de que todos los semidioses le ofrecieron la oración Puruṣa-sūkta a la Suprema Personalidad de Dios, aparentemente no oyeron respuesta alguna. Entonces, el Señor Brahmā se sentó personalmente a meditar, y el Señor Viṣṇu le transmitió un mensaje, que Brahmā comunicó después a los semidioses. Esa es la manera de recibir el conocimiento védico. El conocimiento védico lo recibe primero Brahmā de labios de la Suprema Personalidad de Dios, a través del corazón. Tal como se afirma al principio del Śrīmad-Bhāgavatam: tene brahma hṛdā, el conocimiento trascendental de los Vedas le fue transmitido al Señor Brahmā a través del corazón. Aquí también, de igual manera, solo Brahmā podía comprender el mensaje que transmitió el Señor Viṣṇu, y él lo difundió entre los semidioses para que ellos actuaran de inmediato. El mensaje era: «Muy pronto aparecerá en la Tierra la Suprema Personalidad de Dios, junto con Sus poderosas potencias supremas, y mientras Él permanezca en el planeta Tierra para cumplir su misión de aniquilar a los demonios y establecer a los devotos, los semidioses también deberán estar en ese planeta para asistirlo. Todos ellos deberán nacer de inmediato en la familia de la dinastía Yadu, pues en ella —a su debido tiempo— aparecerá también el Señor. Kṛṣṇa Mismo, la Suprema Personalidad de Dios, aparecerá personalmente como el hijo de Vasudeva. Antes de Su aparición, todos los semidioses, junto con sus esposas, habrán de aparecer en diferentes familias piadosas del mundo, para asistir al Señor en la ejecución de Su misión». La palabra exacta que se utiliza aquí es tat-priyārtham, que significa «los semidioses deben aparecer en la Tierra para complacer al Señor». En otras palabras, toda entidad viviente que vive solamente para satisfacer al Señor, es un semidiós. Alos semidioses también se les informó que Ananta —la porción plenaria del Señor Kṛṣṇa—, quien sostiene todos los planetas del universo extendiendo Sus millones de cuellos, aparecería también en la Tierra antes de la aparición del Señor Kṛṣṇa. Y además se les informó que la potencia externa de Viṣṇu (māyā), de quien todas las almas condicionadas están enamoradas, también aparecería para cumplir el propósito del Señor Supremo.


Después de instruir y apaciguar con dulces palabras a todos los semidioses, así como también a Bhūmi, el Señor Brahmā, el padre de todos los prajāpatis o progenitores de la población universal, partió hacia su propia morada, el planeta material más elevado, llamado Brahmaloka.


El rey Śūrasena, jefe de la dinastía Yadu, gobernaba el país conocido como Māthura (el distrito de Mathurā), así como también el distrito conocido como Śūrasena. A raíz del gobierno del rey Śūrasena, Mathurā se convirtió en la ciudad capital de todos los reyes de los Yadus. Esto también se debió al hecho de que los Yadus eran una familia muy piadosa y sabían que Mathurā es el lugar donde el Señor Śrī Kṛṣṇa vive eternamente, tal como también vive en Dvārakā.

En una ocasión, Vasudeva, el hijo de Śūrasena, justamente después de contraer matrimonio con Devakī, se dirigía a su casa en su cuadriga, acompañado por su nueva esposa. El padre de Devakī, conocido como Devaka, les había otorgado una generosa dote, porque sentía mucho afecto por su hija. Había contribuido con cientos de cuadrigas completamente decoradas con equipo de oro. En esa oportunidad, Kaṁsa, el hijo de Ugrasena, para complacer a su hermana Devakī, había tomado voluntariamente las riendas de los caballos de la cuadriga de Vasudeva y la estaba conduciendo. Según la costumbre de la civilización védica, cuando una muchacha contrae matrimonio, el hermano lleva a su hermana y a su cuñado al hogar de estos. Puesto que la recién casada puede que sienta demasiado la separación de la casa paterna, el hermano la acompaña hasta llegar a la casa del suegro. El total de la dote con la que contribuyó Devaka era el siguiente: cuatrocientos elefantes profusamente decorados con guirnaldas doradas, quince mil caballos decorados y mil ochocientas cuadrigas. Además, Devaka hizo que doscientas hermosas muchachas acompañaran a su hija. El sistema de matrimonio kṣatriya, aún vigente en la India, dictamina que cuando un kṣatriya, se casa, varias docenas de las jóvenes amigas de la novia (además de la propia novia) deben ir a la casa del rey. Las integrantes del séquito de la reina se llaman doncellas de servicio, pero, en realidad, ellas actúan como amigas de la reina. Esta práctica está vigente desde tiempo inmemorial, y es posible remontarla, por lo menos, hasta la época inmediatamente anterior al advenimiento del Señor Kṛṣṇa, hace cinco mil años. Así pues, junto con su esposa, Vasudeva llevó a su casa a otras doscientas hermosas muchachas.


Mientras los novios pasaban en su cuadriga, se estaban tocando instrumentos musicales de diferentes clases para señalar ese auspicioso momento. Había caracolas, clarines, tambores y timbales que, combinados, vibraban en un agradable concierto. La procesión avanzaba muy placenteramente y Kaṁsa conducía la cuadriga, cuando de pronto se oyó un milagroso sonido que vibraba desde el cielo, el cuál le advirtió a Kaṁsa especialmente: «Kaṁsa, eres un gran necio. Conduces la cuadriga de tu hermana y de tu cuñado, pero no sabes que el octavo hijo de esta hermana habrá de matarte».


Kaṁsa era el hijo de Ugrasena, quien pertenecía a la dinastía Bhoja. Se dice que Kaṁsa era el más demoníaco de todos los reyes de la dinastía Bhoja. Inmediatamente después de oír la profecía venida del cielo, Kaṁsa tomó a Devakī por los cabellos y se dispuso a matarla con su espada. Vasudeva quedó asombrado ante la conducta de Kaṁsa, y a fin de apaciguar a su cruel y desvergonzado cuñado, le dijo lo siguiente con gran razón y evidencia: «Mi querido cuñado Kaṁsa, tú eres el rey más famoso de la dinastía Bhoja, y la gente sabe que tú eres el más grande de los guerreros y un rey valiente. ¿Por qué te dejas llevar por la ira hasta el punto de querer matar a una mujer, que además es tu propia hermana, en el propicio momento de su boda? ¿Por qué le temes tanto a la muerte? La muerte nace contigo. Desde el mismo día en que naciste, comenzaste a morir. Si tienes veinticinco años, eso significa que ya has muerto durante veinticinco años. Mueres a cada momento, a cada segundo. Entonces, ¿por qué le temes tanto a la muerte? La muerte final es inevitable. Puedes morir hoy mismo o dentro de cien años; no puedes evitar la muerte. ¿Por qué has de temer tanto? En realidad, la muerte significa la aniquilación del cuerpo presente. Tan pronto como este cuerpo deja de funcionar y se mezcla con los cinco elementos de la naturaleza material, la entidad viviente que habita en él acepta otro cuerpo de acuerdo con sus acciones y reacciones presentes. Es tal como cuando un hombre camina por la calle: primero adelanta un pie, y cuando confía en que ese pie se apoya en tierra firme, levanta entonces el otro pie. De esta manera, uno tras otro, los cuerpos cambian y el alma transmigra. ¡Mira cómo los gusanos van muy cuidadosamente de una ramita a otra! De igual manera, la entidad viviente cambia de cuerpo, tan pronto como las autoridades superiores deciden cuál será su próximo cuerpo. Mientras la entidad viviente se encuentre condicionada en este mundo material, debe tomar cuerpos materiales, uno tras otro. Las leyes de la naturaleza le ofrecen su cuerpo siguiente de acuerdo con las acciones y reacciones de esta vida.


»Este cuerpo es exactamente igual que uno de los cuerpos que siempre vemos en nuestros sueños. Al soñar, creamos muchos cuerpos de acuerdo con nuestra creación mental. Hemos visto oro y también montañas; así, en nuestros sueños, podemos ver una montaña de oro si combinamos las dos ideas. Algunas veces soñamos que tenemos un cuerpo que vuela por los cielos, y, en ese momento, olvidamos por completo nuestro cuerpo presente. En forma similar, estos cuerpos están cambiando. Cuando se tiene un cuerpo, se olvida el anterior. Al soñar, podemos ponernos en contacto con muchas clases nuevas de cuerpos, pero al despertar las olvidamos todas; en realidad, estos cuerpos materiales son las creaciones de nuestras actividades mentales. Pero en el momento presente no recordamos nuestros cuerpos pasados.


»La naturaleza de la mente es fluctuante. Algunas veces acepta una cosa para luego rechazarla de inmediato. La aceptación y el rechazo constituyen el proceso que sigue la mente que está en contacto con los cinco objetos de la complacencia de los sentidos: la forma, el sabor, el olor, el sonido y el tacto. A su propia y especulativa manera, la mente se pone en contacto con los objetos de la complacencia de los sentidos, y cuando la entidad viviente desea un tipo particular de cuerpo, lo obtiene. Así pues, el cuerpo es una ofrenda de las leyes de la naturaleza material. La entidad viviente acepta un cuerpo, y sale otra vez al mundo material, a gozar o a sufrir de acuerdo con la constitución de ese cuerpo. A menos que tengamos un tipo particular de cuerpo, no podemos ni disfrutar ni sufrir conforme a las inclinaciones mentales que heredamos de nuestra vida anterior. En verdad, el tipo particular de cuerpo se nos ofrece conforme a nuestra condición mental en el momento de la muerte.


»Los planetas luminosos, como el Sol, la Luna o las estrellas, se reflejan en distintas clases de depósitos, ya sea de agua, de aceite o de ghī. El reflejo se mueve siguiendo el movimiento del depósito. La Luna se refleja en el agua, y esta, al moverse, hace que parezca que la Luna también se mueve; pero, en realidad, la Luna no se mueve. De igual manera, la elaboración mental hace que la entidad viviente obtenga diferentes clases de cuerpos, aunque esta no tenga, en realidad, nada que ver con ellos. Mas, debido a la ilusión, y bajo el embrujo de la influencia de māyā, la entidad viviente piensa que pertenece a un tipo particular de cuerpo. Así es la vida condicionada. Supongamos que una entidad viviente se encuentra ahora en un cuerpo humano, pensando que pertenece a la comunidad humana, o a un país o lugar en particular. La entidad viviente se identifica de esa manera, y se prepara innecesariamente a habitar otro cuerpo que en realidad no necesita. Tales deseos y elaboraciones mentales son la causa de las diferentes clases de cuerpos. La influencia cubriente de la naturaleza material es tan fuerte, que la entidad viviente se encuentra satisfecha en el cuerpo, cualquiera que este sea, y con gran placer se identifica con él. Así pues, te suplico que no te dejes llevar por los dictados de tu mente y de tu cuerpo».


Vasudeva le pidió así a Kaṁsa que no envidiara a su hermana recién casada. No debemos envidiar a nadie, porque la envidia es la causa del temor, tanto en este mundo como en el siguiente, cuando se está ante Yamarāja (el señor del castigo después de la muerte). Vasudeva apeló a Kaṁsa en favor de Devakī, mencionando que esta era su hermana menor. Y lo hizo también en un momento propicio: en la ocasión del matrimonio. Las hermanas o hermanos menores deben ser protegidos como los hijos de uno. «La situación es en general tan delicada —razonó Vasudeva— que si matas a Devakī, ello habrá de ir en contra de tu alta reputación».

Vasudeva trató de apaciguar a Kaṁsa mediante las buenas instrucciones y la discriminación filosófica, pero ello no le fue posible, porque las compañías de Kaṁsa eran demoníacas. Estas compañías demoníacas eran la causa de que Kaṁsa fuera un demonio, a pesar de haber nacido en una familia real muy elevada. Los demonios jamás se interesan en recibir ninguna buena instrucción, pues son como los ladrones resueltos: por más instrucciones morales que reciban, estas no tienen efecto alguno en ellos. En forma similar, los hombres demoníacos o ateos por naturaleza, difícilmente asimilan alguna buena instrucción, por más autorizada que esta sea. Esa es la diferencia entre un semidiós y un demonio. Aquellos que aceptan las buenas instrucciones y procuran vivir conforme a ello, se llaman semidioses, y quienes no aceptan esas buenas instrucciones se llaman demonios. Al fracasar en su intento de calmar a Kaṁsa, Vasudeva se preguntó cómo podría proteger a Devakī, su esposa. Ante el peligro inminente, una persona inteligente procura evitar la posición peligrosa tanto como sea posible. Pero está exento de culpa quien, a pesar de esforzarse con toda su inteligencia, no alcanza a evitar el peligro. Uno debe hacer todo lo posible para cumplir con sus deberes, pero si en el intento fracasa, no se es culpable de ello.


Vasudeva pensó lo siguiente acerca de su esposa: «Por el momento debo salvar la vida de Devakī, y más tarde, si tenemos hijos, ya encontraré la forma de salvarlos». Luego, pensó: «Y si en el futuro tenemos un hijo capaz de matar a Kaṁsa —tal como él cree—, entonces, tanto Devakī como el niño se salvarán, porque la ley de la Providencia es inconcebible. Pero ahora, de una u otra manera, voy a salvar la vida de Devakī».


No se sabe con exactitud cómo una entidad viviente se pone en contacto con un cierto tipo de cuerpo, al igual que es imposible saber con certeza cómo un fuego llameante se pone en contacto con un cierto tipo de madera en el bosque. Cuando un bosque se incendia, la experiencia nos dice que, a causa del viento, el ardiente fuego salta a veces por encima de un árbol para incendiar a otro. En forma similar, aunque una entidad viviente sea muy cuidadosa y temerosa en la ejecución de sus deberes, le es muy difícil saber qué tipo de cuerpo va a obtener en su vida siguiente. Maharājā Bharata era muy fiel en el cumplimiento de sus deberes de autorrealización, pero por casualidad desarrolló afecto temporal por un venado, y en su vida siguiente tuvo que aceptar el cuerpo de un venado.


Vasudeva, después de pensar en la manera de salvar a su esposa, comenzó a hablarle a Kaṁsa con gran respeto, aunque Kaṁsa era el más pecador de todos los hombres. A veces ocurre que una persona muy virtuosa, como Vasudeva, se ve en la necesidad de halagar a una persona muy viciosa, como Kaṁsa. Esa es la manera de llevar a cabo todas las transacciones diplomáticas. Aunque Vasudeva estaba profundamente apenado, mostró una aparente felicidad, y se dirigió de la siguiente manera al cruel y desvergonzado Kaṁsa, debido a que este era muy atroz: «Mi querido cuñado, te suplico que consideres que tu hermana no representa peligro alguno para ti. Tú esperas algún peligro porque oíste una voz profética en el cielo, pero el peligro ha de venir de los hijos de tu hermana que no están presentes aún. Y, ¿quién sabe? En el futuro, puede que haya hijos o puede que no los haya. Considerando todo esto, tú estás a salvo por ahora. No hay razón para que le temas a tu hermana. Si ella tiene hijos, prometo presentártelos a todos para que tomes las medidas necesarias».


Kaṁsa conocía el valor de la palabra de honor de Vasudeva, y los argumentos de este terminaron por convencerlo. Así pues, Kaṁsa desistió temporalmente del infame asesinato de su hermana. Vasudeva se alegró y alabó la decisión de Kaṁsa, y así regresó a su casa.


A su debido tiempo, Vasudeva y Devakī tuvieron nueve hijos —ocho varones y una niña—. Cuando nació el primer niño, Vasudeva mantuvo su palabra de honor y lo llevó inmediatamente ante Kaṁsa. Se dice que Vasudeva era un hombre muy elevado y famoso por su palabra de honor, fama que él deseaba conservar. Aunque el hecho de poner en manos de su cuñado al recién nacido era muy doloroso para Vasudeva, a Kaṁsa lo contentó mucho recibirlo. Pero el comportamiento de Vasudeva hizo que Kaṁsa se compadeciera un poco. Este incidente constituye un gran ejemplo. Para un alma tan grande como Vasudeva, nada se considera doloroso cuando se trata de cumplir con el deber. Una persona docta como Vasudeva lleva a cabo sus deberes sin vacilación. Por el contrario, los seres demoníacos como Kaṁsa, jamás vacilan en cometer cualquier acción abominable. Por ello se dice que una persona santa es capaz de tolerar todo tipo de sufrimientos en la vida; que un hombre docto es capaz de cumplir con sus deberes sin esperar a que las circunstancias sean favorables; que una persona despreciable como Kaṁsa es capaz de comportarse de cualquier forma pecaminosa, y que un devoto es capaz de sacrificarlo todo para satisfacer a la Suprema Personalidad de Dios.


Kaṁsa quedó satisfecho con la acción de Vasudeva, y se sorprendió al ver que este cumplía su promesa. Con gran placer y cierta compasión, Kaṁsa le dijo a su cuñado: «Mi querido Vasudeva, no es necesario que me presentes este niño, No estoy en peligro a causa de este niño. Yo he oído que el octavo hijo tuyo y de Devakī es el que habrá de matarme. ¿Por qué he de aceptar innecesariamente a este niño? Puedes llevártelo de regreso».


Al regresar a su casa con el primogénito, Vasudeva —aunque complacido por el comportamiento de Kaṁsa— no podía creer en su cuñado, porque sabía que Kaṁsa no se controlaba. Un ateo no tiene palabra de honor. Quien no es capaz de controlar sus sentidos, no puede ser constante en su determinación. Cāṇakya Paṇḍita, el gran político, dijo: «Jamás deposites tu confianza en una mujer ni en un diplomático». Aquellos que son adictos a la complacencia sin restricción de los sentidos, nunca pueden ser veraces, ni son dignos de confianza alguna.


Fue entonces cuando el gran sabio Nārada se presentó ante Kaṁsa. Nārada había sido informado de que Kaṁsa se había compadecido de Vasudeva y le había devuelto a su primogénito. Nārada estaba muy ansioso de acelerar el descenso del Señor Kṛṣṇa, tanto como fuera posible. Por consiguiente, Nārada le dijo a Kaṁsa que, en Vṛndāvana, personalidades como Nanda Mahārāja y todos los pastores y pastorcillas de vacas, así como también las esposas de los pastores, y, por otra parte, Vasudeva, su padre —Śūrasena— y todos sus parientes, nacidos en la familia Vṛṣṇi de la dinastía Yadu, se preparaban para la aparición del Señor. Nārada le advirtió a Kaṁsa que fuera cuidadoso con los amigos y bienquerientes, y con todos los semidioses que habían nacido en esas familias. Kaṁsa y todos sus amigos y consejeros eran demonios. Los demonios siempre les temen a los semidioses. Una vez que Nārada lo enteró de la aparición de los semidioses en diferentes familias, Kaṁsa se puso alerta, pues comprendió que si los semidioses ya habían aparecido, el Señor Viṣṇu habría de aparecer pronto. De inmediato, él arrestó y encarceló a su cuñado Vasudeva, y a Devakī.


Dentro de la prisión, engrilletados con cadenas de hierro, Vasudeva y Devakī, procrearon un hijo varón año tras año, y Kaṁsa, pensando que cada uno de esos niños podía ser la encarnación de Viṣṇu, los mató uno tras otro. Él estaba particularmente temeroso del octavo hijo, pero después de la visita de Nārada, llegó a la conclusión de que cualquiera de ellos podía ser Kṛṣṇa. En consecuencia, pensó que era mejor matar a todos los bebés de Devakī y Vasudeva.


Esta acción de Kaṁsa no es muy difícil de comprender. En la historia del mundo hay muchos ejemplos de miembros de la realeza que han matado a su padre, a su hermano o a toda su familia y amigos, para satisfacer sus ambiciones. Esto de ninguna manera es sorprendente, pues las personas demoníacas son capaces de matar a quien sea, con tal de satisfacer sus atroces ambiciones.


Kaṁsa llegó a saber de su nacimiento anterior, por la gracia de Nārada. Nārada le había dicho a Kaṁsa que en su vida anterior había sido un demonio llamado Kālanemi, y que había muerto a manos de Viṣṇu. Luego, cuando nació en la familia Bhoja, Kaṁsa decidió convertirse en el enemigo mortal de la dinastía Yadu. Kṛṣṇa iba a nacer en esa familia, y Kaṁsa tenía un gran temor de morir a manos de Kṛṣṇa, tal como había ocurrido en su vida anterior.


Primero que todo, Kaṁsa encarceló a su padre, Ugrasena, pues este era el jefe de los reyes de las dinastías Yadu, Bhoja y Andhaka, y ocupó también el reino de Śūrasena, el padre de Vasudeva. Kaṁsa se declaró el rey de todos esos lugares.


Así termina el significado de Bhaktivedanta del capítulo primero del libro Kṛṣṇa, titulado: «El advenimiento del Señor Kṛṣṇa».

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