Text 36
tayor asurayor adya
tejasā yamayor hi vaḥ
ākṣiptaṁ teja etarhi
bhagavāṁs tad vidhitsati
tayoḥ—de ellos; asurayoḥ—de los dos asuras; adya—hoy; tejasā—por la valentía; yamayoḥ—de los mellizos; hi—ciertamente; vaḥ—de todos ustedes, los semidioses; ākṣiptam—agitado; tejaḥ—poder; etarhi—así ciertamente; bhagavān—la Suprema Personalidad de Dios; tat—eso; vidhitsati—desea hacer.
La valentía de estos dos asuras [demonios] mellizos es lo que les ha perturbado, pues ha minimizado su poder. Sin embargo, no está el remedio a mi alcance, pues el propio Señor es quien desea hacer todo esto.
SIGNIFICADO: Aunque Hiraṇyakaśipu e Hiraṇyākṣa, antes Jaya y Vijaya, pasaron a ser asuras, los semidioses de este mundo material no les podían controlar, y por ello Brahmā dijo que ni él ni todos los semidioses podían contrarrestar el trastorno que creaban. Entraron en el mundo material por orden de la Suprema Personalidad de Dios, y solo Él podría contrarrestar esos trastornos. En otras palabras, aunque Jaya y Vijaya adoptaron cuerpo de asuras, siguieron siendo más poderosos que nadie, probando así que la Suprema Personalidad de Dios deseaba luchar, porque el espíritu combativo también está en Él. Él es el origen en todo, pero, cuando desea luchar, debe luchar contra un devoto. Esa es la causa de que, únicamente por Su deseo, Jaya y Vijaya fuesen maldecidos por los Kumāras. El Señor ordenó a los porteros que descendiesen al mundo material para ser Sus enemigos, de manera que pudiese luchar con ellos y Sus deseos de combatir se satisficiesen con el servicio de Sus devotos personales.
Brahmā mostró a los semidioses que la situación creada por la oscuridad, por la cual se sentían perturbados, era el deseo del Señor Supremo. Quería hacer ver que, a pesar de que aquellos dos asistentes venían con forma de demonios, eran muy poderosos, más grandes que los semidioses, quienes no les podían controlar. Nadie puede superar los actos del Señor Supremo. También recibieron los semidioses el consejo de que no intentasen contrarrestar la situación, porque era el Señor quien la ordenaba. Del mismo modo, a quienquiera que el Señor ordene llevar a cabo alguna actividad en este mundo material, especialmente predicar Sus glorias, nadie se lo puede impedir; la voluntad del Señor se lleva a cabo en toda circunstancia.