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Este capítulo trata de la personalidad de Mahārāja Āgnīdhra. Cuando Mahārāja Priyavrata se marchó en busca de la iluminación espiritual, su hijo Āgnīdhra, siguiendo sus instrucciones, pasó a ser el gobernador de Jambūdvīpa, y mantuvo a sus súbditos con el afecto que un padre siente por sus hijos. Deseando tener un hijo, Mahārāja Āgnīdhra se recluyó en una cueva de la montaña Mandara para practicar austeridades. El Señor Brahmā comprendió su deseo y envió a la ermita de Āgnīdhra a Pūrvacitti, una muchacha celestial. Vestida de un modo muy atractivo, la muchacha se presentó ante él moviéndose de una forma muy femenina, y Āgnīdhra, de un modo natural, se sintió atraído por ella. Las acciones de la muchacha, sus expresiones, su sonrisa, sus dulces palabras y sus ojos inquietos le fascinaron. Āgnīdhra era un gran adulador, y de ese modo atrajo a la muchacha celestial, que se sintió complacida de aceptarlo por esposo debido a sus melifluas palabras. La muchacha disfrutó con Āgnīdhra de la felicidad del reino durante muchos años, y luego regresó a su morada en los planetas celestiales. En su vientre Āgnīdhra engendró nueve hijos: Nābhi, Kiṁpuruṣa, Harivarṣa, Ilāvṛta, Ramyaka, Hiraṇmaya, Kuru, Bhadrāśva y Ketumāla, a quienes dio nueve islas que llevaban sus mismos nombres. Āgnīdhra, sin embargo, con los sentidos insatisfechos, estaba siempre pensando en su celestial esposa, y debido a ello en su siguiente vida nació en el planeta celestial de Pūrvacitti. Tras su muerte, sus nueve hijos se casaron con nueve hijas de Meru, que se llamaban Merudevī, Pratirūpā, Ugradaṁṣṭrī, Latā, Ramyā, Śyāmā, Nārī, Bhadrā y Devavīti.

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