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Capítulo 4

Kaṁsa comienza sus persecuciones


Después de que Vasudeva hubo ajustado todo tal como se hallaba antes de llevarse a Kṛṣṇa, todas las puertas y entradas se cerraron, quedando como antes, y los porteros se despertaron y oyeron el llanto de la recién nacida. Kaṁsa esperaba la noticia del nacimiento de la criatura, y los porteros fueron a verlo inmediatamente para informarle que el niño había nacido. En esa ocasión, Kaṁsa se levantó del lecho rápidamente, y exclamó: «¡Mi cruel muerte ya ha nacido!». Kaṁsa estaba perplejo ahora que la muerte se le acercaba, y sus cabellos se erizaron. De inmediato, él se dirigió al lugar en que la criatura había nacido.


Devakī, al ver que su hermano se acercaba, le rogó a este lo siguiente, con una actitud muy humilde: «Querido hermano mío, por favor, no mates a esta niña. Yo te prometo que será la esposa de tu hijo; por lo tanto, no la mates. Ninguna niña va a matarte. Eso decía el presagio. Tú morirás en manos de un niño; por favor, no la mates. Mi querido hermano, tú has matado a tantos hijos míos recién nacidos, resplandecientes como el Sol. Pero no es culpa tuya. Tus demoníacos amigos te lo han aconsejado. Ahora yo te suplico que excuses a esta niña; deja que viva como hija mía».


Kaṁsa era tan cruel que, sin escuchar las lastimosas súplicas de su hermana Devakī, y mientras la reprendía, cogió por la fuerza a la recién nacida y, despiadadamente, intentó estrellarla contra el piso. Este es un ejemplo muy gráfico de cómo un hombre cruel puede sacrificar todas sus relaciones en aras de la complacencia personal. Pero, inmediatamente, la niña se escapó de sus manos, subió al cielo, y apareció con ocho brazos, como hermana menor de Viṣṇu. Ella estaba adornada con un hermoso atavío, guirnaldas de flores, y ornamentos; en sus ocho brazos sostenía un arco, un tridente, unas flechas, una espada, una caracola, un disco, una maza y un escudo.


Viendo la aparición de la niña (quien era en realidad la diosa Durgā), todos los semidioses de diferentes planetas, tales como Siddhaloka, Cāraṇaloka, Gandharvaloka, Apsaroloka, Kinnaraloka y Uragaloka, le entregaron presentes y empezaron a ofrecer sus respectivas oraciones. Desde arriba, la diosa se dirigió a Kaṁsa, diciendo: «Pícaro, ¿cómo puedes matarme? El niño que ha de matarte ha nacido ya, antes que yo, en algún lugar de este mundo. No seas tan cruel con tu pobre hermana». Después de esta aparición, la diosa Durgā fue conocida bajo diferentes nombres en diversas partes del mundo.


Al oír estas palabras, Kaṁsa quedó muy sobrecogido de temor. Por compasión, liberó de inmediato a Devakī y a Vasudeva de sus grilletes, y se dirigió a ellos muy cortésmente: «Mi querida hermana, querido cuñado, yo he actuado tal como un demonio, al dar muerte a mis propios sobrinos. No he tenido consideración alguna para con nuestra íntima relación. Ignoro cuál será el resultado de mis actos. Tal vez seré enviado al infierno al que van los asesinos de los brāḥmanas. Sin embargo, me sorprende que la profecía celestial no haya sido verdad. La propaganda falsa no solo se encuentra en la sociedad humana. Ahora parece que hasta los habitantes celestiales dicen mentiras. Por haber creído en las palabras de los habitantes celestiales, he cometido muchos pecados matando a los hijos de mi hermana. Mis queridos Vasudeva y Devakī, ustedes son dos almas muy grandes. No tengo nada que enseñarles. No obstante, quiero pedirles que no lamenten la muerte de sus hijos. Todos nosotros estamos bajo el control del poder superior, el cual no nos permite permanecer unidos. En el tiempo debido, hemos de separarnos de amigos y parientes. Pero es necesario que sepamos con certeza que, aun después de la desaparición de los diferentes cuerpos materiales, el alma permanece intacta eternamente. Por ejemplo, hay muchas ollas que se hacen con barro; estas son creadas y luego se desechan y se rompen; mas, a pesar de esto, la tierra permanece tal como es, perpetuamente. De igual manera, los cuerpos del alma, bajo condiciones diferentes, se crean y se destruyen; pero el alma espiritual permanece eternamente. Así pues, nada es digno de lamento. Todo el mundo debería comprender que este cuerpo material es diferente del alma espiritual, pues mientras no lleguemos a esta comprensión, con toda seguridad habremos de someternos al proceso de la transmigración, yendo de un cuerpo a otro. Devakī, mi querida hermana, tú eres muy bondadosa y gentil; por favor, perdóname. No estés apesadumbrada porque yo le di muerte a tus hijos. En realidad, yo no hice nada de esto, pues todas estas actividades estaban predestinadas. Uno tiene que actuar de acuerdo con el plan predestinado, aun en contra de su voluntad. La gente erróneamente cree que el yo muere cuando termina el cuerpo, o que una entidad viviente puede matar a otra. Todos estos falsos conceptos nos obligan a aceptar las condiciones de la existencia material. En otras palabras, mientras no nos convenzamos firmemente de la eternidad del alma, estaremos sujetos a las tribulaciones de ser el asesino y el asesinado. Devakī, amada hermana mía; Vasudeva, querido cuñado: por favor, excusen las atrocidades que he cometido en contra suya. Tengo muy poco corazón, pero ustedes tienen un gran corazón; tengan compasión de mí y perdónenme».


Mientras Kaṁsa les decía lo anterior a su hermana y a su cuñado, brotaban lágrimas de sus ojos, y él cayó a sus pies. Creyendo en las palabras de Durgā-devī, a quien había tratado de matar, Kaṁsa liberó de inmediato a su hermana y a su cuñado, personalmente abrió los grilletes de hierro, y con gran simpatía brindó su amistad, tal como un miembro de la familia.


Cuando Devakī vio tan arrepentido a su hermano, ella también se tranquilizó y olvidó todas las atrocidades que este había cometido en contra de sus hijos. De igual manera, Vasudeva, olvidando todos los incidentes pasados, le habló sonriente a su cuñado. Él le dijo: «Mi querido y afortunado cuñado, es cierto lo que dices acerca del cuerpo material y del alma. Toda entidad viviente nace en medio de la ignorancia, creyendo que este cuerpo material es su propio yo. Este concepto de la vida se debe a la ignorancia, y, basados en esa ignorancia, creamos la amistad o la enemistad. La lamentación, el júbilo, el temor, la envidia, la avaricia, la ilusión y la locura son diferentes aspectos de nuestro concepto material de la vida. Una persona influida de esa manera, se entrega a la enemistad debido únicamente al cuerpo material. Al ocuparnos en actividades de esa índole, olvidamos nuestra relación eterna con la Suprema Personalidad de Dios».


Vasudeva aprovechó la oportunidad de que Kaṁsa estuviera dando sermones y le informó que sus actividades ateas también se debían a su falso concepto de la vida, es decir, al hecho de considerar que el cuerpo material es el yo. Cuando Vasudeva le habló a Kaṁsa de una manera tan iluminadora, Kaṁsa halló en ello gran placer, y sus sentimientos de culpa, por el hecho de haber matado a sus sobrinos, se mitigaron. Con el permiso de su hermana Devakī y de su cuñado Vasudeva, y sintiendo un gran alivio en su mente, Kaṁsa regresó a casa.


Pero al día siguiente, Kaṁsa llamó a todos sus consejeros y les refirió todos los incidentes que habían sucedido la noche anterior. Todos los consejeros de Kaṁsa eran demonios y enemigos eternos de los semidioses, por lo que se acongojaron al oír a su amo hablar acerca de lo que había pasado esa noche. Y aunque no eran sabios ni poseían mucha experiencia, comenzaron a darle instrucciones a Kaṁsa de la siguiente manera: «Querido Señor, permite que tomemos medidas para dar muerte a todos los niños nacidos durante los últimos diez días en todos los pueblos, condados, aldeas y pastizales. Deja que llevemos a cabo este plan en forma indiscriminada. Creemos que los semidioses no podrán hacer nada en contra de nosotros si cometemos estas atrocidades. Ellos siempre tienen miedo de luchar contra nosotros. Y aunque desearan impedir nuestras actividades, no se atreverían a hacerlo, pues, debido a tu fuerza inconmensurable, ellos siempre le temen a tu arco. Tan pronto como tú esgrimes tu arco y prometes matarlos, ellos de inmediato se llenan de preocupación por sus vidas. En efecto, nosotros tenemos experiencia práctica de que siempre que tú luchabas contra ellos y comenzabas a hacer llover tus flechas, ellos huían inmediatamente en todas las direcciones tan solo para salvar sus vidas. Muchos semidioses eran incapaces de luchar contra ti, e inmediatamente se rendían ante ti, abriendo sus turbantes y las banderas que llevaban sobre sus cabezas. Con las manos juntas te pedían que los perdonases, diciendo: “Mi Señor, todos nosotros le tememos a tu fuerza. Por favor, libéranos de esta peligrosa lucha”. Y hemos visto también muchas veces que tú jamás matabas a esos guerreros temerosos, cuando sus arcos, flechas y cuadrigas habían sido destruidos, y ellos habían olvidado sus deberes militares y se habían vuelto incapaces de luchar contigo. Así, realmente no tenemos nada que temer de estos semidioses. Ellos están muy orgullosos de ser grandes guerreros en tiempos de paz y fuera del campo de batalla. Mas, en realidad, no pueden mostrar talento o poder militar alguno en el campo de batalla. Aunque el Señor Viṣṇu, el Señor Śiva y el Señor Brahmā están siempre dispuestos a ayudar a los semidioses encabezados por Indra, no hay razón alguna para temerles. En lo que concierne al Señor Viṣṇu, Él ya se ha escondido en el corazón de todas las entidades vivientes y no puede salir; en cuanto al Señor Śiva, él ha renunciado a toda actividad; ya se ha internado en el bosque. Finalmente, el Señor Brahmā, siempre está ocupado en la ejecución de diferentes austeridades y meditación. Y, ¿qué decir de Indra? Él es como una paja en comparación con tu poder. Así pues, no tenemos nada que temer de todos estos semidioses. Pero no debemos ignorarlos, porque ellos son nuestros enemigos acérrimos. Debemos tener el cuidado de protegernos. Si queremos acabar con su propia existencia, debemos simplemente ocuparnos en tu servicio y estar siempre dispuestos a obedecer tus órdenes».


Los demonios continuaron diciendo: «Las enfermedades del cuerpo que no se atienden se vuelven incurables. De igual manera, cuando alguien no tiene el cuidado de restringir sus sentidos y los deja en libertad, se hace muy difícil controlarlos de alguna manera. En consecuencia, siempre debemos cuidarnos mucho de los semidioses, antes de que se vuelvan tan fuertes que no puedan ser sometidos. La base de la fuerza de los semidioses es el Señor Viṣṇu, puesto que la meta última de todos los principios religiosos es satisfacerlo a Él. Los mandamientos védicos, los brāḥmanas, las vacas, las austeridades, los sacrificios, las obras de caridad y la distribución de riqueza son todos para la satisfacción del Señor Viṣṇu. Déjanos, pues, comenzar a matar de inmediato a todos los brāḥmanas que tienen a su cargo el conocimiento védico, y a los grandes sabios que se encargan de la ejecución de sacrificios rituales. Permite que matemos a todas las vacas, que son la fuente de la mantequilla, tan necesaria para llevar a cabo los sacrificios. Por favor, danos tu permiso para matar a todas estas criaturas».


«En realidad, los miembros del cuerpo trascendental del Señor Viṣṇu son los brāḥmanas, las vacas, el conocimiento védico, la austeridad, la veracidad, el control de la mente y de los sentidos, la fidelidad, la caridad, la tolerancia y la ejecución de sacrificios. El Señor Viṣṇu se encuentra en el corazón de todos, y Él es el jefe de todos los semidioses, incluyendo al Señor Śiva y al Señor Brahmā. Creemos que matar al Señor Viṣṇu consiste en perseguir a los grandes sabios y brāḥmanas» —dijeron los ministros.


Aconsejado así por sus demoníacos ministros y atrapado por los grilletes del tiempo eterno que todo lo devora, Kaṁsa, quien ya desde el principio era el bribón más grande de todos, decidió perseguir a los brāḥmanas y a los vaiṣṇavas. Antes de entrar en su casa, Kaṁsa les ordenó a los demonios hostigar a toda clase de personas santas. Todos los seguidores de Kaṁsa se encontraban bajo la influencia de la modalidad de la pasión y engañados por la modalidad de la ignorancia, y su única ocupación consistía en crear enemistad con las personas santas. Tales actividades solamente pueden reducirle a uno la duración de la vida. Los demonios aceleraron el proceso, invitando a la muerte a llegar a ellos lo antes posible. El resultado de perseguir a personas santas no es únicamente una muerte prematura; este pecado es tan ofensivo, que quien lo ejecuta pierde además en forma gradual su belleza, su fama y sus principios religiosos, e impide con ello su promoción a los planetas superiores. Movidos por diversas clases de maquinaciones, los demonios disminuyen todo tipo de buenos auspicios. En otras palabras, una ofensa a los pies de loto de los devotos y brāḥmanas es una ofensa a los pies de loto de la Suprema Personalidad de Dios; una civilización que comete esa clase de actividades pecaminosas, pierde generalmente toda su fe en la Suprema Personalidad de Dios, y una civilización sin Dios se convierte en la fuente de toda clase de calamidades.


Así termina el significado de Bhaktivedanta, del capítulo cuarto del libro Kṛṣṇa, titulado: «Kaṁsa comienza sus persecuciones».

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